Noviembre de 2015

Ya llegué a esa edad, en la que se vive, se convive, con la nostalgia del recuerdo, evocando el pasado con sus experiencias y logros felices. El instinto no permite los recuerdos amargos, pues si en algún momento aparecen, presto los borra o trata  de borrarlos.

Pero  ¿es eso “vivir”, o simplemente, mantenerse vivo como un vegetal?.

Dejando a un lado la nostalgia, -que solo es un entretenimiento estéril y muchas veces deprimente-, VIVIR ES actuar, crear, buscar y descubrir nuevas verdades, nuevos afectos…  O, si la fecunda curiosidad no nos acompaña, esforzarnos en no dejar muertos o aparcados en sus carpetas, estudios y proyectos inconclusos en los que  confiamos años atrás, y en los que aún podemos seguir confiando.

¿Qué ha sido, hasta llegar a esta edad, nuestra existencia?

En los primeros  contactos con la vida,  lo que  empieza a ocupar espacio en nuestra vacía memoria, son  los rostros y voces de las personas  que nos cuidan y miman.

LA MADRE, ante cuya ausencia protestarás  de la única manera que sabes hacerlo : llorando.  Y premiando su aparición con alegrías y sonrisas, símbolos inequívocos de que esas primitivas sensaciones audio- visuales están generando otras más transcendentales y profundas:  afecto, complacencia, satisfacción…,  Y un deseo instintivo de reproducir las voces-sonidos que escuchamos de esas personas próximas, iniciándonos con ello en el “lenguaje”. Ese maravilloso “don comunicativo” de nuestra especie, en el que nos iremos sumergiendo poco a poco, día tras día , mes tras mes, año tras año… Al mismo tiempo que en ciertas ocasiones nos invade ese sentimiento pasivo-- (difícil de precisar y aún de definir)--,”de felicidad”, plena, total,  que solo de niños podemos disfrutar --cuando las circunstancias del entorno son propicias, --( y de las que, por desgracia,  muchos niños carecen)--: paz en nuestro entorno;  caricias y atención de cuantos nos rodean;  poder jugar con niños de nuestra edad;   vivir y creer ciegamente en hermosos cuentos y leyendas, absolutamente alejados de esas preguntas inquietantes que no tienen respuesta…

Preguntas que no surgirán y tomarán cuerpo hasta después de haber traspasado la niñez, a partir de lo cual comenzarán las inquietudes, las dudas, la aceptación o el rechazo a las soluciones  de problemas que nos harán pensar y debatir con nosotros mismos o con quienes nos las brinden, mientras no nos convenzan.  Todo eso va a constituir  el telón de fondo de la vida que hayamos de vivir, en el cual tendremos asumido que esos estados de “plenitud feliz”, de “felicidad plena”, son esencialmente pasajeros, sea cual sea la actividad responsable  que en ese tiempo estemos desempeñando, dependiendo de nuestro estado de ánimo y de otras circunstancias aleatorias.    El disfrutar plenamente de esos estados es solo patrimonio de los niños, de los místicos, (cuyo ser está fundido, infundido y anonadado en la divinidad); en quienes por vocación o decisión han determinado permanecer cómoda e  incondicionalmente  sumisos;…o en los “simples” rayanos con la subnormalidad.

Tras la niñez surge la adolescencia y con ella el acceso al sexo, instinto  común a todo ser viviente, que responde a esa invencible tendencia cósmica de perpetuar la especie, y que va a condicionar básicamente el comportamiento de sus individuos mientras vivan;  incluida la especie humana, aunque en ella cabe cierto control del Estado sobre el sexo con  leyes, o el metafísico, determinado por costumbres y credos religiosos discutibles.

Termina la adolescencia, y tras ese periodo formativo o de aprendizaje que nos va preparar para enfrentarnos a la madurez, viviremos consumiendo cada uno nuestra propia y singular vida con sus altibajos en la salud, los afectos y desafectos, los éxitos, los fracasos…, y al cabo de un tiempo variable con cada persona, comenzaremos  a advertir y a asumir como inevitable,  que nuestras fuerzas van disminuyendo al pasar  los años, y con ellas nuestra actividad, nuestra curiosidad, nuestra memoria,  y nuestros deseos e inquietudes  de toda índole.

Y también, a veces, a sentir clara nuestra indiferencia a seguir viviendo….   Estado negativo  del que podremos liberarnos, activando nuestra curiosidad creadora,  o resucitando  proyectos o estudios inconclusos aparcados en sus carpetas, en los que   restablecida nuestra confianza, podamos reunir ánimos para su conclusión feliz.

Este último párrafo son las sugerencias de un Ingeniero de Minas-Geólogo nonagenario, con quien su querida profesión ha colaborado de modo importante, para permitirle vivir  una larga, interesante, fecunda  y grata vida.

                

  Madrid Noviembre de 2015, desde la Escuela de Ingenieros de Minas 

                                                Felix Cañada Guerrero